30 may 2011

Vibra

"Pablo tenía muy clara la frontera entre las sombras y la luz, y jamás mezclaba una cosa, una sola dosis de cada cosa, con la otra, la serena placidez de nuestra vida cotidiana.

Con él era muy fácil atravesar la raya y regresar sana y salva al otro lado, caminar por la cuerda floja era fácil, mientras él estaba allí, sosteniéndome."



Las Edades de Lulú, Almudena Grandes


Un día, en séptimo grado, una compañera me contó en el recreo que había enganchado en cable una película que la había dejado medio trastornada, Las edades de Lulú. Me hizo un minucioso relato de un par de escenas, que me contagiaron el trastorno. Trastorno hormonal, trastorno de tener casi 13 años y haber (re)descubierto la masturbación hace muy poco, trastorno vergonzoso y lleno de pudor. No entendía por qué la piba esta me estaba contando todo eso a mí, como si tuviera que exorcizarse de algún modo, como si esas imágenes necesitaran ser contadas; pero tampoco quería dejar de escucharla, se me hacía la mejor historia jamás contada. El recreo se terminó, volví al aula con la cabeza explotándome de palabras, todavía me era imposible escenificarlas.


Un par de años después, fui yo quien la enganchó en el cable. La primera vez de Lulú (odio la expresión "la primera vez"; como si hubiera una sola primera vez. En este momento, sin indagar demasiado, se me ocurren, al menos, cuatro). Justo llegó mi abuela y tuve que cambiar. La cabeza me volvió a explotar.


Hace un par de semanas, compré Las Edades de Lulú, de Almudena Grandes; edición Maxi de Tusquets. Lo empecé este martes que pasó, arriba de un 36 semi vacío, sentada en uno de los asientos de atrás. Para cuando estaba llegando a casa, el motor vibrando debajo de mí estaba haciendo estragos en mi intento de mantener la compostura. A diferencia de Millet, Grandes tiene la capacidad de contar una historia, ser sensible y calentar, calentar mucho.


Este hombre atractivo, apasionado, perverso, insondable, Pablo, que pareciera digitar cada movimiento de Lulú, me hizo recordar a cada uno de esos hombres que fueron una "primera vez" mía. El primero que me cogió, el primero que me dijo que me quería, el primero que me hizo correr peligro al traspasar un límite, el primero que me estimuló a convertir el deseo en escritura. Si a todos ellos pudiera juntarlos y convertirlos en uno solo, sería muy parecido a Pablo. Así que durante un par de días envidié mucho a Lulú, porque ella los tenía a todos en uno; pero el viernes me di cuenta, qué boba, ¿cómo permitirme la envidia? Cuánta ingratitud la mía. Esa misma noche, antes de ir a dormir, imaginé una bacanal con todos esos que fueron primeros en algo y dormí plácidamente durante unas cuantas horas.

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