25 jun 2011

II Encierro Post-Moderno

Sobre “El hombre es un lobo para el hombre.” de Thomas Hobbes - Leviatán

Te levantás, el sueño dejó de ser y el mundo inteligible, abstracto, que pareció tan cierto durante un lapso incalculable, se esfumó. No sabés si fue real o no, si es más real que esa mano, esa que te mirás, tan tuya, tan distinta a vos. Te levantás, caminás con lentitud, te encontrás con el espejo, ¿estás acá, de este lado o estás allá, lejano, tras el umbral de cristal impenetrable? Mirás tus marcas, tus arrugas, tus lunares y pecas, te ves todo, le atribuís a la diferencia de eso que ves con lo que hay en tu memoria el efecto de algo que llamás tiempo. Afuera te espera el día y con el día el trabajo, los transportes públicos o tu medio privado de trasladarte, un almuerzo, un té, ese café y la cena, quizás nada, quizás salgas del departamento o de la casa y haya nada. El cuarto es pequeño, la ciudad parece grande, el país más grande aún. El país tiene la política, la corrupción, el juego, los deportes, el dinero, la materia. Sentís angustia. Sentís cansancio. Sentís enfado, un enfado que de a poco te carcome y te convierte en odio. Sos odio, ¿por qué todo tiene un nombre? Si esta mesa no fuera llamada mesa, tampoco habría forma de designar el malestar, pero ahora está la palabra, y con la palabra la idea, y con la idea la emoción que ella conlleva, y con la emoción este repetido acto fatal que te encierra y comprime ¿Qué podés hacer? Esa mesa se alarga y distorsiona, era gris y ahora es negra, se mueve, trepa por la pared de tu cuarto. Las marcas en tu cuerpo se desbordan, ya no es un sueño, es tu día de trabajo que se ha hecho fuego, y es tu almuerzo y tu té y tu cena que danzan como brujas alrededor tuyo. Vos estás atado al centro, inmóvil. La ciudad no espera, el país tampoco, entran por la puerta y te envuelven y sofocan. Te ahogás. La angustia, el cansancio, el juego, el deporte, el dinero, la materia, vuelan por los aires y la atmósfera se densa. Tenés pánico. Sentís horror. Gritás. Quizás, tal vez, podría, sería, estaría. Y no estás. Sos. Volvés a tu cama y te cubrís con la sábana. Cerrás los ojos y te mordés los labios. El cuarto está oscuro, solo se escucha tu llanto y un agudo silencio.

16 jun 2011

Hasta que

"1. Sadismo es amor. 2. Masoquismo es ternura."
Manual Sadomasoporno, Alberto Laiseca


Llegué a Alberto Laiseca casi de casualidad. Apenas me mudé a esta casa, tenía pocos libros y mucho tiempo libre. Me sobraban las horas y sin pc o televisión, releí gran parte de mi biblioteca, pasé horas revolviendo en Parque Rivadavia y obtuve vía libre al cuarto de Nat, amiga y roomate que me concedió permiso para sacarle libros cuando quisiera. Uno de los primeros que le robé fue uno de cuentos, de Laiseca. Lo agarré porque tenía tamaño cartera y porque me entró curiosidad por el señor que contaba cuentos de terror los viernes a la noche en i-sat, antes de alguna de Carpenter.
La primera impresión fue de choque. Conflicto. Desagrado. Yendo en el Mitre a Vicente López, rodeada de estudiantes de la UCA, y con un cuento acerca de una especie de campo de concentración, dirigido por una adolescente perversa, que mantenía a su madre en una cucha, obligándola a vivir en cuatro patas y con una correa al cuello mientras que ella se cogía al padre (¿o era su padrastro?). Yo, sentadita con las piernas bien juntas, con mi ropita de oficinista y en camino a la multinacional, rodeada de niñitos bien de zona norte y leyendo los delirios de un viejo verde. Pero seguí. Seguí porque, en algún punto, me gustó saberme la única en ese vagón capaz de soportar la descripción de las escenas de humillación y degradación; Laiseca me hizo sentir especial, diferente, por eso seguí, porque soy narcisista. Durante el viaje de vuelta, continué leyendo, empezando a experimentar eso único, que sólo él supo transmitirme: la convergencia de la repulsión y la calentura, la posibilidad de una convivencia entre ambas cosas, la sorpresa ante tal integración. Dos sensaciones que no solía asociar, integradas.
No recuerdo el nombre del libro, ni de qué trataba el resto de los cuentos -misteriosos son los caminos de la represión-, pero sí sé que después de devolverlo a los estantes de Nat me pregunté, muy extrañada, casi incómoda, si esa excitación que había sentido al recrear escenas de sumisión no serían signo de algo más. Dejé la duda en pausa, preferí dedicarme a Lai desde lo puramente literario. Después, La hija de Keops, La mujer en la muralla, Las cuatro torres de Babel; mucha admiración, mucho respeto y, sobre todo, muchas ganas de abrazarlo.
Hasta que. Siempre hay un hasta que. En este caso: mi contacto con el propio deseo era chato, casi un cliché; una búsqueda disparada hacia la nada, sin un camino; un loop constante, un ping pong entre la neurosis y mis ganas de algo más. Hasta que Nat apareció con el Manual Sadomasoporno. Porque lo que yo siempre quise -y quiero- es amor. Y ese amor de manual es el más puro y respetuoso. Dedicado, delicado. El deseo al servicio del morbo, el contraste más placentero; un pellizco en el pezón seguido de la caricia más dulce. El romance fundiéndose en el dolor, liberándolo de sufrimiento. Comunión.


Lai vive muy cerca de casa. A veces, cuando voy a los chinos de la calle Guayaquil lo veo pararse encorvado frente a la góndola de vinos y cervezas. Lo espío y pongo en funcionamiento mis (nulos) poderes telepáticos. Le digo que muchas gracias por haberme ayudado a enfrentarme a lo que sólo me animaba a mirar de reojo y por haberme encaminado en mi búsqueda hacia ese algo más que tanto preciso y que cada vez siento más cerca. Pero el nunca mira para atrás, donde estoy yo, en ropa de dormir, con unos frasquitos de yogurt en la mano y una media sonrisa somnolienta.

11 jun 2011

Alrededor de Clarice

La Pasión según G. H de Clarice Lispector


Y otras noches se pregunta por qué no puede describir determinados gestos que transcurren en su vida. Pequeño e insignificante destello de mariposas en la palma de una mano, un ruido de monedas en el chanchito blindado o el fluir de unos dedos recorriendo un pentagrama. Lograr leer la unicidad y poderlo traducir. En papel.
Ese evento perfecto, fuera de la escritura, que curiosea por huellas en el barro y se encuentra con el cuerpo.  El cuerpo que lo piensa y lo recrea en su memoria, como ventana dorada a la luz de los acontecimientos.
Cómo describir aquello que no es, siendo eso que es. Cómo logra cuestionarlo y sobre todo, permitírselo.
Cada gesto descrito, en cada sensación traspapelada.
Son poemas hechos trizas, y diseminado por cada página escrita.

Tiene la virtud de la palabra fluida, esa danza que los tiempos del texto van caminando incluso por cada coma y exacerbación de la Letra Capital. Son sus tiempos urgentes, insurgentes en las modales de la literatura formal.
Sin embargo, ella logra volverlos, segundos de puro existencialismo. Presa del la desesperación de la quietud, puede describir  cada perfecto sentido de un gesto cotidiano. Sus párrafos son más bien lupas que fotografían un grano de arena y extrae con preciosa cirugía el néctar de la palabra. Arrastra cada letra a su esencia original. A ese reducido grupo de palabras que nacieron hechas así, redondeadas por la perfecta sintonía del contexto.
Clarice tiene la virtud de enloquecerse, anotando los síntomas de las emociones, contadas en caracteres preciosos de infinita belleza.
A veces tiene la fascinación de lograr sentir en la piel el olor de un símbolo, la textura escuchada en la voz de la angustia, el aroma encendido y el tiempo perdido.
Y otras noches se pregunta por qué no puede describir determinados gestos. 

9 jun 2011

¿Cuál es tu libro favorito?

Es la típica pregunta que nunca sé cómo contestar. No hay uno solo, hay, por lo menos, treinta. Pero si tengo que empezar a filtrar y a valorar desde diferentes ángulos, me quedo con un par. Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción, de Salinger y El Maestro y Margarita, de Mijail Bulgakov.
Sobre Salinger hablaré en algún momento, estoy segura, pero ahora no; ahora quiero contarles de El Maestro y Margarita, que llegó a mí por casualidad hace muchos años, cuanto trabajaba en un call center con gente muy copada que me prestaba libros. Una de mis compañeras, Lina, me recomendaba autores y me traía libros que yo devoraba. Un día apareció con este de Bulgakov: tapa dura, linda edición. "Un ruso, pero diferente", dijo y lo dejó en mi box. Lo empecé ese día al salir del trabajo, en el subte. Casi me paso de estación. Así, con voracidad, le dediqué todo mi tiempo libre durante los días siguientes. Más allá del estilo de Bulgakov, de su manejo de la sátira, hay algo en El Maestro y Margarita que me hace volver a él una y otra vez; quizás es que de alguna manera, al reírme, me siento cómplice de sus protagonistas: el diablo y sus secuaces, de visita en Moscú durante un par de días para armar quilombo y marcar el destino de Margarita y El Maestro.
Nunca se lo devolví a Lina; primero, por colgada y después, porque renuncié (el que no se haya quedado con un libro ajeno, que tire la primera piedra). Cuando me mudé a casa no lo metí entre mis libros, no sé por qué, y lo di por perdido durante un par de años, hasta que un día, revolviendo papeles en lo de mi abuela, lo vi. El reencuentro. El abrazo. La alegría. La emoción de saber que tenía un libro casi imposible de conseguir, por el que me ofrecieron plata y del que no me desprendería por nada. Mi tesoro. My precious, con voz de Gollum.
Y yo, que me sentía tan especial con mi librito inhallable, hoy me entero de que Debolsillo lo editó y ya se consigue en librerías. Así que vayan, cómprenlo, porque vale la pena. En un acto de generosidad, les ofrezco la oportunidad de descubrirlo y maravillarse. Aunque ya no pueda hacerme la canchera al alardear sobre mi libro misterioso e inaccesible, hay que hacer lo que hay que hacer.
No sé, yo que ustedes, no me dejaría estar.