No suelo dejarme llevar por recomendaciones. Si saco la relación entre todas las veces que me recomendaron un libro y las veces que la pegaron, me doy cuenta de que las personas quieren que yo lea lo que a ellos les gustó y que eso no necesariamente tiene que gustarme a mí. El acto de recomendar suele ser egoísta. Es un egoísmo perdonable, claro, pero egoísmo al fin. Que al otro le haya gustado a mí no me dice absolutamente nada, me tiene sin cuidado el gusto ajeno; prefiero armarme mi camino de libros y autores yo sola, a fuerza de prueba de error, por supuesto, pero ahorrando infinidad de momentos incómodos y discusiones con recomendadores compulsivos que no entienden que no hay chance de que lea Comer, Rezar, Amar, más allá de cuan transformadora, inspiradora, entretenida y atrapante sea su lectura. Pero ningún hombre es una isla, hay gente en quien confío casi ciegamente; los cuento con los dedos de una mano y no sé qué sería de mi vida de lectora sin sus consejos. El problema de transitar esta búsqueda prácticamente en soledad es que a veces no tengo qué leer y recurro a la lista -muchas veces nefasta- de libros que todo joven adulto neurótico, intelectual y al tanto de lo que sucede entre los artistas de su generación -o una más arriaba, como mucho- "debe leer". Ojo, eh, que en ese acotado canon descubrí cosas que me fascinaron, como Houellebecq o Amèlie Nothomb, tampoco me voy a hacer la anti.
En fin, toda esta vuelta para hablar de El Pasado, de Alan Pauls. ¿Vieron esas películas que tienen un cast copado y empiezan interesantes pero después uno se da cuenta de que preferiría estar tomándose un vino con amigos en vez de estar perdiendo el tiempo con algo supuestamente bueno? Bueno, más o menos eso. Devoré tres cuartos de la novela con una avidez inusual y ya estaba empezando a convivir con el prejuicio (de leer un libro típico de minita puaner cuyo sueño es ser Amèlie) cuando otra realidad me pegó en la cara: no había ni un personaje que me cayera bien, todas sus decisiones me parecían las menos sanas y cada giro de la trama los llevaba a una infelicidad aún más profunda (esto último no siempre, pero, bueno, me gusta exagerar). Yo no sé ustedes, pero a mí me cuesta MUCHO que me guste un libro si sus personajes me caen mal. Y no estoy hablando de psicópatas, gente de moral cuestionable o maldad cristalizada en seres humanos; eso me encanta. Hablo de tibios, pretenciosas y ausentes.
Releo lo escrito y siento que me es muy difícil explicar la sensación de "me caen mal". Creo que en realidad lo que me cae mal es que a la gente le gusten estos personajes. Rímini -el protagonista- no tiene pelotas, es un pollerudo, carece de motivaciones, no sabe estar solo y se deja llevar pasivamente por la corriente a cualquier lado que lo lleven. Sofía -la ex novia de Rímini- es el arquetipo de mina que necesita ser intensa, a como de lugar. Y así, todos. No se salva ni uno. Y acá es cuando debato un poco conmigo misma: ¿qué busco cuando leo una novela? ¿Quiero que me cuenten una historia? ¿Quiero sentirme identificada? ¿Quiero excelencia en el arte de escribir? ¿Quiero una moraleja? Quiero todo eso, pero por sobre todas las cosas, pretendo que me conmueva; busco ese momento en el que tengo que detener la lectura, cerrar el libro y siento que el que escribe me está agarrando del cogote mientras me grita "dale, nena, despertate". Algunas veces es un zamarreo mental, se me parte el intelecto en mil pedazos; otras, me desbordo emocionalmente: río, lloro, recuerdo, caigo en profundas nostalgias o me inundan la euforia y las ganas de salir a experimentar cosas. Con El Pasado me quedé con una historia de personas que derrapan hasta el no va más y sólo eso. Sin esperanza, sin estímulo, sin reflexión; la nada. No me interesa leer sobre personas que no se juegan por nada o que, cuando lo hacen, es por responder a intereses que van más allá del objetivo en sí.
¿Está bien escrita? Sí. Pauls escribe de puta madre. Pero no me alcanza, quiero más.
Denme más.