6 dic 2011
Lo que más me gusta de las personas son sus notas al pie
20 nov 2011
No sé por qué en castellano no tenemos una palabra tan linda como "awe"
16 ago 2011
El tango y la puesía
Asumo, por otra parte, que esta situación ha cambiado forzosamente, y creo haber concluido en que en esto tiene mucho que ver Jorge Luis Borges. Sus poemas, una danza por el arrabal del Palermo del '30, las atmósferas clandestinas, de barajas mal dadas y memorias escondidas. Su lectura circula entre malevajes y ribetes de fronteras. Así son sus esquinas, elocuentes de nocturnidad. Con su farol como luna, la noche se enciende en el fondo del barrio.
Sus tangos, don Borges, son esquelas de poesía. Su ritmo, el contoneo de las rimas maleducadas, salen a borbotones del escritor pendenciero.
Interesante, que a su vejez Jorge Luis Borges haya depreciado sus años mozos, de caminatas lunares y finales insurrectos.
Leerlo es nomás, un poema tanguero, que puede escucharse silencioso, en cada rodeo de las páginas de Borges.
7 ago 2011
frenología del escritor
Habita en un lugar elíseo, lejos de la senescencia de allá afuera. De los techos caen estrellas fugaces. Se deslizan en su rostro como la caricia de un amante. A voluntad crea ríos de sangre, cuyas cuencas no son más que un viejo sillón. A voluntad los seca. Ese hombre frágil y temeroso ya no es tal. Erige una vívida ciudad arriba de una hornalla. Le da vuelta a la perilla. El gas se expande y prende un fósforo. Con un soplo apaga el incendio. Y los diminutos cuerpos, chamuscados, inmóviles, reciben un funerario loor. Es Dios. Más tarde sujeta una palabra en el aire. Separa las consonantes de las vocales. De sus dedos nacen tildes. Se lleva a la boca una «a» y la mastica. Los premolares la han convertido en una «z». Levita. Decide ataviar la escalera con cientos de lirios. En cada uno de sus tallos prolifera un vano. De ellos salen, como desorientados, los caminantes del Valle de la Muerte. Aún en rezo, suspicaces, creyendo en un truco del Diablo. Los vanos implosionan y comienza el peregrinaje.
Ese hombre, habita en un lugar elíseo. Es el hacedor de las letras, de las oraciones, de los párrafos. Es una mortal divinidad. Sólo denle una pluma y una hoja en blanco.
2 ago 2011
Denme más
Releo lo escrito y siento que me es muy difícil explicar la sensación de "me caen mal". Creo que en realidad lo que me cae mal es que a la gente le gusten estos personajes. Rímini -el protagonista- no tiene pelotas, es un pollerudo, carece de motivaciones, no sabe estar solo y se deja llevar pasivamente por la corriente a cualquier lado que lo lleven. Sofía -la ex novia de Rímini- es el arquetipo de mina que necesita ser intensa, a como de lugar. Y así, todos. No se salva ni uno. Y acá es cuando debato un poco conmigo misma: ¿qué busco cuando leo una novela? ¿Quiero que me cuenten una historia? ¿Quiero sentirme identificada? ¿Quiero excelencia en el arte de escribir? ¿Quiero una moraleja? Quiero todo eso, pero por sobre todas las cosas, pretendo que me conmueva; busco ese momento en el que tengo que detener la lectura, cerrar el libro y siento que el que escribe me está agarrando del cogote mientras me grita "dale, nena, despertate". Algunas veces es un zamarreo mental, se me parte el intelecto en mil pedazos; otras, me desbordo emocionalmente: río, lloro, recuerdo, caigo en profundas nostalgias o me inundan la euforia y las ganas de salir a experimentar cosas. Con El Pasado me quedé con una historia de personas que derrapan hasta el no va más y sólo eso. Sin esperanza, sin estímulo, sin reflexión; la nada. No me interesa leer sobre personas que no se juegan por nada o que, cuando lo hacen, es por responder a intereses que van más allá del objetivo en sí.
6 jul 2011
El oficio de encontrarse frente a la hoja en blanco
Lo primero que se me mencionó cuando se me acercó la propuesta de ingresar al Blog fue la idea de hablar sobre literatura, compartir lo que refiere al oficio de leer y escribir.
Por ello comparto con ustedes una de las formas de expresión con la que más me encuentro a mí misma en ese sentido: la poesía. Y expongo una que, particularmente, remite a la difícil tarea de enfrentarse a la hoja en blanco.
Cuento esclavo
Cuento esclavo de sus manos afiladas
y su pensar constante en el blanco y la nada,
a llenar por las letras en el aire
y ser parte de un tiempo
en la escritura de sus ansias.
Se sienta y desea,
desea y respira.
Agitado con los dedos empapados en tinta
que son testigos de un eureka
cuando caen las siluetas en el papel.
Indescriptible su valentía de empeñarse en el acto de los relatos,
de las artes del pensar y sentir,
y escribir y soñar.
Porque es onírico el despliego de su estética cautiva
y su diálogo de ideas y premisas.
Piensa, continúa y piensa.
Agita sus brazos como pianista ejecutando una partitura estrepitosa.
Piensa, se retuerce y piensa…
Y se expone en el retazo,
desnuda su alma ante el destinatario implícito de su texto.
Piensa, se obliga y piensa…
Se perturba cuando, indeciso, pierde el hilo
y le gana la impaciencia.
Se renueva y retoma,
insiste y persiste
hasta el último punto de la obra.
Sus hombros caen,
pestañea.
Estupefacto, observa su legado,
orgulloso, cansado.
Relee, se asombra satisfecho
y vacío ya de impulso.
Abandona el cuento esclavo y lo libera
a quien pudiera,
1 jul 2011
Prologo de prologo
Tengo un problema con los prólogos. No sirven. Casi siempre están mal escritos, aunque ese no sería el principal problema. Lo grave es que ya están leídos. Quiero decir, sus autores son -siempre que su propia ética lo permita- lectores de la obra prologada. Esta verdad de perogrullo (cómo agradezco este blog, por haberme permitido utilizar por vez primera esta palabra!) es fatal para el lector desatento. Justamente es la condición de lectura previa, la que obliga al prologuista a ensayar garabatos altisonantes para mostrar al lector, cuánto sabe aquel, sobre la obra de este, y justificar con ese palabrerío infame su firma al final del texto.
Cel afirma, con sabiduría mayúscula, que es indispensable negar y pasar por alto los prólogos. Ortodoxa de la lectura, llega a negar también las contratapas. En lo que le por completo la razón. Ahora también considero que es necesario en algún momento decir algo sobre la responsabilidad editorial al incursionar en prólogos que claramente, son por su naturaleza o por impericia, claros epílogos contantes y sonantes...
Pero como aquí la cuestión es negar todo lo afirmado (quizá como método analítico de Praxis...) la invención de Morel tiene por sobre todas las cosas, uno de los más perfectos prefacios que yo haya leído nunca. Quizá por tratarse de un gran libro, es posible, sin negar esto (porque de lo que se trata, reitero, es negar siempre lo afirmado) que sea más bien producto de un autor fundamental: Don Jorge Luis Borges, quien obliga, a quien suscribe, arrojar algunas lineas en torno a este.
La lectura sencilla y plácida por donde Borges recorre sus lineas son de una soltura que nos pasea por la trama de la literatura universal en márgenes escuetos. Llega uno al final, con la poros abiertos, los ojos dilatados y la respiración agitada. Es que, lector universal, Borges urge a quien lee, a vuelta la página, para tomar contacto con esa obra que está a nuestro alcance y que sólo Borges es el obstáculo.
Y si me veo obligado a citar la frase final de este bello prólogo, "He discutido con su autor los pormenores de su trama, la he releído; no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta", sabrá disculpar el lector; es que nunca me he considerado un buen prologuista.
25 jun 2011
II Encierro Post-Moderno
Te levantás, el sueño dejó de ser y el mundo inteligible, abstracto, que pareció tan cierto durante un lapso incalculable, se esfumó. No sabés si fue real o no, si es más real que esa mano, esa que te mirás, tan tuya, tan distinta a vos. Te levantás, caminás con lentitud, te encontrás con el espejo, ¿estás acá, de este lado o estás allá, lejano, tras el umbral de cristal impenetrable? Mirás tus marcas, tus arrugas, tus lunares y pecas, te ves todo, le atribuís a la diferencia de eso que ves con lo que hay en tu memoria el efecto de algo que llamás tiempo. Afuera te espera el día y con el día el trabajo, los transportes públicos o tu medio privado de trasladarte, un almuerzo, un té, ese café y la cena, quizás nada, quizás salgas del departamento o de la casa y haya nada. El cuarto es pequeño, la ciudad parece grande, el país más grande aún. El país tiene la política, la corrupción, el juego, los deportes, el dinero, la materia. Sentís angustia. Sentís cansancio. Sentís enfado, un enfado que de a poco te carcome y te convierte en odio. Sos odio, ¿por qué todo tiene un nombre? Si esta mesa no fuera llamada mesa, tampoco habría forma de designar el malestar, pero ahora está la palabra, y con la palabra la idea, y con la idea la emoción que ella conlleva, y con la emoción este repetido acto fatal que te encierra y comprime ¿Qué podés hacer? Esa mesa se alarga y distorsiona, era gris y ahora es negra, se mueve, trepa por la pared de tu cuarto. Las marcas en tu cuerpo se desbordan, ya no es un sueño, es tu día de trabajo que se ha hecho fuego, y es tu almuerzo y tu té y tu cena que danzan como brujas alrededor tuyo. Vos estás atado al centro, inmóvil. La ciudad no espera, el país tampoco, entran por la puerta y te envuelven y sofocan. Te ahogás. La angustia, el cansancio, el juego, el deporte, el dinero, la materia, vuelan por los aires y la atmósfera se densa. Tenés pánico. Sentís horror. Gritás. Quizás, tal vez, podría, sería, estaría. Y no estás. Sos. Volvés a tu cama y te cubrís con la sábana. Cerrás los ojos y te mordés los labios. El cuarto está oscuro, solo se escucha tu llanto y un agudo silencio.
16 jun 2011
Hasta que
Manual Sadomasoporno, Alberto Laiseca
Llegué a Alberto Laiseca casi de casualidad. Apenas me mudé a esta casa, tenía pocos libros y mucho tiempo libre. Me sobraban las horas y sin pc o televisión, releí gran parte de mi biblioteca, pasé horas revolviendo en Parque Rivadavia y obtuve vía libre al cuarto de Nat, amiga y roomate que me concedió permiso para sacarle libros cuando quisiera. Uno de los primeros que le robé fue uno de cuentos, de Laiseca. Lo agarré porque tenía tamaño cartera y porque me entró curiosidad por el señor que contaba cuentos de terror los viernes a la noche en i-sat, antes de alguna de Carpenter.
La primera impresión fue de choque. Conflicto. Desagrado. Yendo en el Mitre a Vicente López, rodeada de estudiantes de la UCA, y con un cuento acerca de una especie de campo de concentración, dirigido por una adolescente perversa, que mantenía a su madre en una cucha, obligándola a vivir en cuatro patas y con una correa al cuello mientras que ella se cogía al padre (¿o era su padrastro?). Yo, sentadita con las piernas bien juntas, con mi ropita de oficinista y en camino a la multinacional, rodeada de niñitos bien de zona norte y leyendo los delirios de un viejo verde. Pero seguí. Seguí porque, en algún punto, me gustó saberme la única en ese vagón capaz de soportar la descripción de las escenas de humillación y degradación; Laiseca me hizo sentir especial, diferente, por eso seguí, porque soy narcisista. Durante el viaje de vuelta, continué leyendo, empezando a experimentar eso único, que sólo él supo transmitirme: la convergencia de la repulsión y la calentura, la posibilidad de una convivencia entre ambas cosas, la sorpresa ante tal integración. Dos sensaciones que no solía asociar, integradas.
No recuerdo el nombre del libro, ni de qué trataba el resto de los cuentos -misteriosos son los caminos de la represión-, pero sí sé que después de devolverlo a los estantes de Nat me pregunté, muy extrañada, casi incómoda, si esa excitación que había sentido al recrear escenas de sumisión no serían signo de algo más. Dejé la duda en pausa, preferí dedicarme a Lai desde lo puramente literario. Después, La hija de Keops, La mujer en la muralla, Las cuatro torres de Babel; mucha admiración, mucho respeto y, sobre todo, muchas ganas de abrazarlo.
Hasta que. Siempre hay un hasta que. En este caso: mi contacto con el propio deseo era chato, casi un cliché; una búsqueda disparada hacia la nada, sin un camino; un loop constante, un ping pong entre la neurosis y mis ganas de algo más. Hasta que Nat apareció con el Manual Sadomasoporno. Porque lo que yo siempre quise -y quiero- es amor. Y ese amor de manual es el más puro y respetuoso. Dedicado, delicado. El deseo al servicio del morbo, el contraste más placentero; un pellizco en el pezón seguido de la caricia más dulce. El romance fundiéndose en el dolor, liberándolo de sufrimiento. Comunión.
Lai vive muy cerca de casa. A veces, cuando voy a los chinos de la calle Guayaquil lo veo pararse encorvado frente a la góndola de vinos y cervezas. Lo espío y pongo en funcionamiento mis (nulos) poderes telepáticos. Le digo que muchas gracias por haberme ayudado a enfrentarme a lo que sólo me animaba a mirar de reojo y por haberme encaminado en mi búsqueda hacia ese algo más que tanto preciso y que cada vez siento más cerca. Pero el nunca mira para atrás, donde estoy yo, en ropa de dormir, con unos frasquitos de yogurt en la mano y una media sonrisa somnolienta.
11 jun 2011
Alrededor de Clarice
9 jun 2011
¿Cuál es tu libro favorito?
Sobre Salinger hablaré en algún momento, estoy segura, pero ahora no; ahora quiero contarles de El Maestro y Margarita, que llegó a mí por casualidad hace muchos años, cuanto trabajaba en un call center con gente muy copada que me prestaba libros. Una de mis compañeras, Lina, me recomendaba autores y me traía libros que yo devoraba. Un día apareció con este de Bulgakov: tapa dura, linda edición. "Un ruso, pero diferente", dijo y lo dejó en mi box. Lo empecé ese día al salir del trabajo, en el subte. Casi me paso de estación. Así, con voracidad, le dediqué todo mi tiempo libre durante los días siguientes. Más allá del estilo de Bulgakov, de su manejo de la sátira, hay algo en El Maestro y Margarita que me hace volver a él una y otra vez; quizás es que de alguna manera, al reírme, me siento cómplice de sus protagonistas: el diablo y sus secuaces, de visita en Moscú durante un par de días para armar quilombo y marcar el destino de Margarita y El Maestro.
Nunca se lo devolví a Lina; primero, por colgada y después, porque renuncié (el que no se haya quedado con un libro ajeno, que tire la primera piedra). Cuando me mudé a casa no lo metí entre mis libros, no sé por qué, y lo di por perdido durante un par de años, hasta que un día, revolviendo papeles en lo de mi abuela, lo vi. El reencuentro. El abrazo. La alegría. La emoción de saber que tenía un libro casi imposible de conseguir, por el que me ofrecieron plata y del que no me desprendería por nada. Mi tesoro. My precious, con voz de Gollum.
Y yo, que me sentía tan especial con mi librito inhallable, hoy me entero de que Debolsillo lo editó y ya se consigue en librerías. Así que vayan, cómprenlo, porque vale la pena. En un acto de generosidad, les ofrezco la oportunidad de descubrirlo y maravillarse. Aunque ya no pueda hacerme la canchera al alardear sobre mi libro misterioso e inaccesible, hay que hacer lo que hay que hacer.
No sé, yo que ustedes, no me dejaría estar.
30 may 2011
Vibra
26 may 2011
Catherine, no me movés ni un pelo
La mina arma capítulos desde los cuales aborda sus experiencias sexuales desde diferentes ángulos: el número, el espacio, blabla. O sea, no es una novela, no hay mucho relato; más que una crónica, es una especie de lista amorfa de tipos que se la enfiestaron. No hay belleza, no hay sentimiento, no hay poesía, no hay vuelo; no hay nada. El libro es un embole épico. No sé cómo será ella en la cama, pero si es como escribe, es el arquetipo de la muertita.
De más está decir que no me calentó ni los pies. Lo dejé unas 30 páginas antes de terminar, después de bancarme la mirada desaprobadora de varias viejas a lo largo de diferentes viajes en bondi.
Calculo que la editaron en su país porque debe ser un personaje conocido en ciertos círculos y también entiendo que se haya editado en Anagrama porque Europa es un pañuelo; lo que no me entra en la cabeza es por qué a alguien se le ocurrió que podía llegar a gustar acá, en Argentina. Aunque ahora que lo pienso, entiendo. Son las tetas en la tapa.
21 may 2011
Lectura en la tarde
Me senté en el sillón. Tomé el libro que estaba sobre la mesita coqueta y pequeña, de rectangular fisonomía, y me recosté pesado, abatido. Quizás quería salir al jardín y ver la tarde, quizás quería encontrar en los laberintos asfálticos de la ciudad la palabra que me reconfortara, la ansiedad del desencuentro, el abrazo prometido, mis dedos en los dedos. Quizás ya estaba fuera, recorriéndome a mi, quizás era fantástico y continuaba en el sillón.
Abrí el libro en cualquier parte. Allí había letras, espacios vacíos y un número ¿Qué tan diferente era esa página a la hoja del árbol que se mecía en el aire sin nombre? ¿Qué tan distinto era yo a cada sentimiento de cada pensamiento de cada palabra que leía? ¿Estaba sentado, leyendo, o estaba escribiéndome a mí desde un prado lejano? Absorto en la lectura era un río en el río. Los caracteres se deformaban y ahora formaban un fluido oscuro y continuo. La tarde era noche y en la noche el rocío ya era la tormenta que arreciaba de a relámpagos. Los destellos blancos teñían el salón de un nácar profundo. El Sol, la diversidad de paisaje, la prolija disposición y el orden de los muebles, el método, mi método, tu voz, se habían eclipsado y finalmente diluido. Mi razón y mi sentir no importaban, ayer y mañana no tenían sentido, la culpa, la pena, el encanto del placer o el armónico delirio eran lo mismo, yo solo era… y fluía.