6 jul 2011

El oficio de encontrarse frente a la hoja en blanco

Lo primero que se me mencionó cuando se me acercó la propuesta de ingresar al Blog fue la idea de hablar sobre literatura, compartir lo que refiere al oficio de leer y escribir.
Por ello comparto con ustedes una de las formas de expresión con la que más me encuentro a mí misma en ese sentido: la poesía. Y expongo una que, particularmente, remite a la difícil tarea de enfrentarse a la hoja en blanco.


Cuento esclavo


Cuento esclavo de sus manos afiladas

y su pensar constante en el blanco y la nada,

a llenar por las letras en el aire

y ser parte de un tiempo

en la escritura de sus ansias.

Se sienta y desea,

desea y respira.

Agitado con los dedos empapados en tinta

que son testigos de un eureka

cuando caen las siluetas en el papel.

Indescriptible su valentía de empeñarse en el acto de los relatos,

de las artes del pensar y sentir,

y escribir y soñar.

Porque es onírico el despliego de su estética cautiva

y su diálogo de ideas y premisas.

Piensa, continúa y piensa.

Agita sus brazos como pianista ejecutando una partitura estrepitosa.

Piensa, se retuerce y piensa…

Y se expone en el retazo,

desnuda su alma ante el destinatario implícito de su texto.

Piensa, se obliga y piensa…

Se perturba cuando, indeciso, pierde el hilo

y le gana la impaciencia.

Se renueva y retoma,

insiste y persiste

hasta el último punto de la obra.

Sus hombros caen,

pestañea.

Estupefacto, observa su legado,

orgulloso, cansado.

Relee, se asombra satisfecho

y vacío ya de impulso.

Abandona el cuento esclavo y lo libera

a quien pudiera,

lo libera y se despide.

1 jul 2011

Prologo de prologo

"El temor de incurrir en prematuras o parciales revelaciones me prohíbe el examen del argumento y de las muchas y delicadas sabidurías de la ejecución"
Prólogo a la Invención de Morel de Adolfo Bioy Casares


Tengo un problema con los prólogos. No sirven. Casi siempre están mal escritos, aunque ese no sería el principal problema. Lo grave es que ya están leídos. Quiero decir, sus autores son -siempre que su propia ética lo permita- lectores de la obra prologada. Esta verdad de perogrullo (cómo agradezco este blog, por haberme permitido utilizar por vez primera esta palabra!) es fatal para el lector desatento. Justamente es la condición de lectura previa, la que obliga al prologuista a ensayar garabatos altisonantes para mostrar al lector, cuánto sabe aquel, sobre la obra de este, y justificar con ese palabrerío infame su firma al final del texto.
Cel afirma, con sabiduría mayúscula, que es indispensable negar y pasar por alto los prólogos. Ortodoxa de la lectura, llega a negar también las contratapas. En lo que le por completo la razón. Ahora también considero que es necesario en algún momento decir algo sobre la responsabilidad editorial al incursionar en prólogos que claramente, son por su naturaleza o por impericia, claros epílogos contantes y sonantes...
Pero como aquí la cuestión es negar todo lo afirmado (quizá como método analítico de Praxis...) la invención de Morel tiene por sobre todas las cosas, uno de los más perfectos prefacios que yo haya leído nunca. Quizá por tratarse de un gran libro, es posible, sin negar esto (porque de lo que se trata, reitero, es negar siempre lo afirmado) que sea más bien producto de un autor fundamental: Don Jorge Luis Borges, quien obliga, a quien suscribe, arrojar algunas lineas en torno a este.
La lectura sencilla y plácida por donde Borges recorre sus lineas son de una soltura que nos pasea por la trama de la literatura universal en márgenes escuetos. Llega uno al final, con la poros abiertos, los ojos dilatados y la respiración agitada. Es que, lector universal, Borges urge a quien lee, a vuelta la página, para tomar contacto con esa obra que está a nuestro alcance y que sólo Borges es el obstáculo.

Y si me veo obligado a citar la frase final de este bello prólogo,  "He discutido con su autor los pormenores de su trama, la he releído; no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta", sabrá disculpar el lector; es que nunca me he considerado un buen prologuista.