21 may 2011

Lectura en la tarde

A través de la ventana del living, podía ver a la tarde recostándose sobre el jardín verde e iluminado. Los penachos de pasto brillaban en sus puntas y parecían cristales aflorando desde el suelo. Algunos troncos, sinusoidales, multiplicaban las ramas en sus copas y emitían destellos multicolores. Yo me sentía contenido en ese recuadro de madera, mármol, hormigón y ladrillos, me sentía acomodado y sobrecogido, tremendamente solo y angustiado. Reflexioné en mí. Vi que mi soledad no significaba carecer de próximos con quien compartir, sino que mi soledad era un mar que se extendía desde y hacia fuera de mi cuerpo, llenándolo todo con una tranquilidad serena y azulada. Swedemborg, al exponer la estructura orgánica de los ángeles, afirma que la exaltación continua e indefinida de la gloria divina sería irresistible y que en rigor de verdad el Ser experimenta estados de euforia y depresión.



Me senté en el sillón. Tomé el libro que estaba sobre la mesita coqueta y pequeña, de rectangular fisonomía, y me recosté pesado, abatido. Quizás quería salir al jardín y ver la tarde, quizás quería encontrar en los laberintos asfálticos de la ciudad la palabra que me reconfortara, la ansiedad del desencuentro, el abrazo prometido, mis dedos en los dedos. Quizás ya estaba fuera, recorriéndome a mi, quizás era fantástico y continuaba en el sillón.



Abrí el libro en cualquier parte. Allí había letras, espacios vacíos y un número ¿Qué tan diferente era esa página a la hoja del árbol que se mecía en el aire sin nombre? ¿Qué tan distinto era yo a cada sentimiento de cada pensamiento de cada palabra que leía? ¿Estaba sentado, leyendo, o estaba escribiéndome a mí desde un prado lejano? Absorto en la lectura era un río en el río. Los caracteres se deformaban y ahora formaban un fluido oscuro y continuo. La tarde era noche y en la noche el rocío ya era la tormenta que arreciaba de a relámpagos. Los destellos blancos teñían el salón de un nácar profundo. El Sol, la diversidad de paisaje, la prolija disposición y el orden de los muebles, el método, mi método, tu voz, se habían eclipsado y finalmente diluido. Mi razón y mi sentir no importaban, ayer y mañana no tenían sentido, la culpa, la pena, el encanto del placer o el armónico delirio eran lo mismo, yo solo era… y fluía.

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