20 nov 2011

No sé por qué en castellano no tenemos una palabra tan linda como "awe"

Cuando tenía cuatro años estaba segura de que este país era el mundo entero. Cuando oía que alguien decía "Estados Unidos" o "España", asumía que se trataba de localidades argentinas; quizás un poco más alejadas que Mar del Plata o Rosario, pero parte de la patria de todos modos. Una de mis tías se avivó de la falla en mi cosmovisión y me trajo un libro de tapa dura y cubierta azul eléctrico; el primer libro después de mi primera experiencia como lectora: Mafalda.
Empezaba presentando el sistema solar. Me voló la cabeza. Me hizo estallar la mente. No entendía nada, sólo sentía éxtasis. ¿Cómo nadie se había sentado a explicarme cómo venía la mano del universo? ¿Por qué habían esperado tanto? ¿Todo eso andaba dando vueltas por allá arriba? ¿Por qué no me habían avisado?
Después, explicaba el movimiento de rotación de la Luna y la Tierra -que esa tía graficaba con veladores y pelotas- y terminaba en una descripción de cada continente, con datos curiosos, ilustraciones simpáticas y la ubicación de los países y sus capitales.
Me obsesioné. Lo leí una y otra vez hasta memorizar las capitales de los países con nombre que me gustaba. Hasta tomarme lección a mí misma y recitar el orden de los planetas, desde Mercurio hasta Plutón. Hasta romperle las bolas a toda la familia con mi monólogo y la producción de té en china. Hasta que me cansé y pasé a otros libros, otros temas.
Guardé ese libro en una cajonera dentro del placard en la casa de mis padres. Un par de años después de mudarme de ahí, lo busqué. Había pasado humedad desde el baño y se había arruinado. Traté de salvarlo, pero ya tenía las hojas pegadas y estaba casi todo negro.

Si hay un libro que me cambió la vida, es ese. No tengo dudas. Y tampoco tengo dudas de que a los cuatro años suceden cosas mucho más trascendentales que a los veintiocho.

2 comentarios:

Guillermo Altayrac dijo...

Me encantó esto, Cel.

Yo creo que a los veintiocho, o a los treinta y tres, pueden suceder cosas igual de trascendentes. El tema es no perder, o recuperar, esa curiosidad infantil: la gran curiosidad. La curiosidad insaciable, erótica, extática. Esa curiosidad plutoniana.

Supongo que entenderás de qué te hablo, Escorpio.

Abrazo.

Guillermo Altayrac dijo...

Lo vuelvo a leer. Es muy lindo esto que escribiste.
Abrazo.