16 jun 2011

Hasta que

"1. Sadismo es amor. 2. Masoquismo es ternura."
Manual Sadomasoporno, Alberto Laiseca


Llegué a Alberto Laiseca casi de casualidad. Apenas me mudé a esta casa, tenía pocos libros y mucho tiempo libre. Me sobraban las horas y sin pc o televisión, releí gran parte de mi biblioteca, pasé horas revolviendo en Parque Rivadavia y obtuve vía libre al cuarto de Nat, amiga y roomate que me concedió permiso para sacarle libros cuando quisiera. Uno de los primeros que le robé fue uno de cuentos, de Laiseca. Lo agarré porque tenía tamaño cartera y porque me entró curiosidad por el señor que contaba cuentos de terror los viernes a la noche en i-sat, antes de alguna de Carpenter.
La primera impresión fue de choque. Conflicto. Desagrado. Yendo en el Mitre a Vicente López, rodeada de estudiantes de la UCA, y con un cuento acerca de una especie de campo de concentración, dirigido por una adolescente perversa, que mantenía a su madre en una cucha, obligándola a vivir en cuatro patas y con una correa al cuello mientras que ella se cogía al padre (¿o era su padrastro?). Yo, sentadita con las piernas bien juntas, con mi ropita de oficinista y en camino a la multinacional, rodeada de niñitos bien de zona norte y leyendo los delirios de un viejo verde. Pero seguí. Seguí porque, en algún punto, me gustó saberme la única en ese vagón capaz de soportar la descripción de las escenas de humillación y degradación; Laiseca me hizo sentir especial, diferente, por eso seguí, porque soy narcisista. Durante el viaje de vuelta, continué leyendo, empezando a experimentar eso único, que sólo él supo transmitirme: la convergencia de la repulsión y la calentura, la posibilidad de una convivencia entre ambas cosas, la sorpresa ante tal integración. Dos sensaciones que no solía asociar, integradas.
No recuerdo el nombre del libro, ni de qué trataba el resto de los cuentos -misteriosos son los caminos de la represión-, pero sí sé que después de devolverlo a los estantes de Nat me pregunté, muy extrañada, casi incómoda, si esa excitación que había sentido al recrear escenas de sumisión no serían signo de algo más. Dejé la duda en pausa, preferí dedicarme a Lai desde lo puramente literario. Después, La hija de Keops, La mujer en la muralla, Las cuatro torres de Babel; mucha admiración, mucho respeto y, sobre todo, muchas ganas de abrazarlo.
Hasta que. Siempre hay un hasta que. En este caso: mi contacto con el propio deseo era chato, casi un cliché; una búsqueda disparada hacia la nada, sin un camino; un loop constante, un ping pong entre la neurosis y mis ganas de algo más. Hasta que Nat apareció con el Manual Sadomasoporno. Porque lo que yo siempre quise -y quiero- es amor. Y ese amor de manual es el más puro y respetuoso. Dedicado, delicado. El deseo al servicio del morbo, el contraste más placentero; un pellizco en el pezón seguido de la caricia más dulce. El romance fundiéndose en el dolor, liberándolo de sufrimiento. Comunión.


Lai vive muy cerca de casa. A veces, cuando voy a los chinos de la calle Guayaquil lo veo pararse encorvado frente a la góndola de vinos y cervezas. Lo espío y pongo en funcionamiento mis (nulos) poderes telepáticos. Le digo que muchas gracias por haberme ayudado a enfrentarme a lo que sólo me animaba a mirar de reojo y por haberme encaminado en mi búsqueda hacia ese algo más que tanto preciso y que cada vez siento más cerca. Pero el nunca mira para atrás, donde estoy yo, en ropa de dormir, con unos frasquitos de yogurt en la mano y una media sonrisa somnolienta.

2 comentarios:

lobo estepario dijo...

¿Qué sucedió al final con los estudiantes de la UCA?

Cel dijo...

pablo, se recibieron, trabajaron en multinacionales, formaron familias, compraron autos, se quejaron del gobierno y comieron perdices.