11 jun 2011

Alrededor de Clarice

La Pasión según G. H de Clarice Lispector


Y otras noches se pregunta por qué no puede describir determinados gestos que transcurren en su vida. Pequeño e insignificante destello de mariposas en la palma de una mano, un ruido de monedas en el chanchito blindado o el fluir de unos dedos recorriendo un pentagrama. Lograr leer la unicidad y poderlo traducir. En papel.
Ese evento perfecto, fuera de la escritura, que curiosea por huellas en el barro y se encuentra con el cuerpo.  El cuerpo que lo piensa y lo recrea en su memoria, como ventana dorada a la luz de los acontecimientos.
Cómo describir aquello que no es, siendo eso que es. Cómo logra cuestionarlo y sobre todo, permitírselo.
Cada gesto descrito, en cada sensación traspapelada.
Son poemas hechos trizas, y diseminado por cada página escrita.

Tiene la virtud de la palabra fluida, esa danza que los tiempos del texto van caminando incluso por cada coma y exacerbación de la Letra Capital. Son sus tiempos urgentes, insurgentes en las modales de la literatura formal.
Sin embargo, ella logra volverlos, segundos de puro existencialismo. Presa del la desesperación de la quietud, puede describir  cada perfecto sentido de un gesto cotidiano. Sus párrafos son más bien lupas que fotografían un grano de arena y extrae con preciosa cirugía el néctar de la palabra. Arrastra cada letra a su esencia original. A ese reducido grupo de palabras que nacieron hechas así, redondeadas por la perfecta sintonía del contexto.
Clarice tiene la virtud de enloquecerse, anotando los síntomas de las emociones, contadas en caracteres preciosos de infinita belleza.
A veces tiene la fascinación de lograr sentir en la piel el olor de un símbolo, la textura escuchada en la voz de la angustia, el aroma encendido y el tiempo perdido.
Y otras noches se pregunta por qué no puede describir determinados gestos. 

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