7 ago 2011

frenología del escritor

Ese hombre que viene caminando con la cabeza gacha. Los hombros rendidos. Bajo un cielo nuboso, las gotas repican en la acera. Ese hombre pálido. Los ojos pasean las hendiduras de su calzado. El frío le golpea el pecho. Se acomoda la chaqueta. Traspasa un bote de basura, luego a un prójimo que huele igual. Pasos titubeantes y puños inocuos para un cuadrilátero. Un débil púgil de la vida real. Se ríen a sus espaldas, le claman demencial. La lluvia arrecia y pisa sobre un charco. El pantalón absorbe el agua podrida. Ahora huele como ellos. Es como ellos, allá afuera. Desayuno, almuerzo, merienda y cena. Festejar la miseria con una amplia sonrisa. Ebrio. Vómito. Sexo vacío e insignificante, todo el paquete. Pertenecer es necesario, paralelo. Llega a la puerta de entrada y saca la llave. Antes mira hacia los costados. Menos mal, no hay nadie. Está en su casa. No lo hostigan las obligaciones, y se intoxica de ocio y libertad.

Habita en un lugar elíseo, lejos de la senescencia de allá afuera. De los techos caen estrellas fugaces. Se deslizan en su rostro como la caricia de un amante. A voluntad crea ríos de sangre, cuyas cuencas no son más que un viejo sillón. A voluntad los seca. Ese hombre frágil y temeroso ya no es tal. Erige una vívida ciudad arriba de una hornalla. Le da vuelta a la perilla. El gas se expande y prende un fósforo. Con un soplo apaga el incendio. Y los diminutos cuerpos, chamuscados, inmóviles, reciben un funerario loor. Es Dios. Más tarde sujeta una palabra en el aire. Separa las consonantes de las vocales. De sus dedos nacen tildes. Se lleva a la boca una «a» y la mastica. Los premolares la han convertido en una «z». Levita. Decide ataviar la escalera con cientos de lirios. En cada uno de sus tallos prolifera un vano. De ellos salen, como desorientados, los caminantes del Valle de la Muerte. Aún en rezo, suspicaces, creyendo en un truco del Diablo. Los vanos implosionan y comienza el peregrinaje.

Ese hombre, habita en un lugar elíseo. Es el hacedor de las letras, de las oraciones, de los párrafos. Es una mortal divinidad. Sólo denle una pluma y una hoja en blanco.

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